Hablar o referirse a
la situación de los negros en el Río de la Plata es ir en contra de algunas
ideas muy generalizadas que se han trasmitido como estereotipos de dicha
situación. A ello colaboró nuestra historia oficial que ha desconocido y
ocultado la presencia y participación de los negros en nuestro país desde la
época colonial.
Los datos sobre la
población negra que registran los estudios de la burocracia española, muestran
que desde principios del siglo XVI la mano de obra esclava comenzó a difundirse
por todo nuestro territorio. Aunque los primeros esclavos vinieron con Pedro
Mendoza para la primera fundación de Buenos Aires, su mayoría fueron
introducidos por Panamá, ya que el alto costo de los traslados determinó la
búsqueda de otras alternativas: el puerto de Buenos Aires y Colonia de
Sacramento en la Banda Oriental del Uruguay. Así la región se integró al gran
negocio del comercio esclavista que reportó
enormes beneficios.
El relevamiento
poblacional que en 1778 el rey Carlos III de España le ordena al virrey Vértiz,
son bien demostrativos de la importancia numérica de la población negra. Según
esos datos, los negros de origen africano representaban: en Tucumán un 64%; en
Santiago del Estero 54%; Catamarca 52%; Salta 46%; y Córdoba 44%. Otro dato
interesante es que en los siglos XVII y XVIII los jesuitas fueron los más
importantes patrones de esclavos en el actual territorio argentino. Cuando el
rey Carlos III decidió expulsarlos y confiscar sus bienes, pasaron a ser
administrados por una Junta de Buenos Aires que los vendió a particulares,
entre estos bienes figuraban gran cantidad de esclavos.
En Buenos Aires para
la época de las Invasiones Inglesas el 30,1% de sus habitantes eran negros,
pero para el segundo Censo Nacional de 1895 la población se había reducido a 0,13%. Rodriguez Molas
analizando fuentes de la época comenta que: “En el Invierno de 1807 con motivo
a la invasión inglesa a la Ciudad de Buenos Aires, los negros fueron armados
para defender la ciudad. El 7 de Julio en momentos en que se redacta la
capitulación inglesa, los vecinos reunidos en el Cabildo temen un posible
alzamiento de los negros al haber tomado conciencia éstos de su valor y
aptitudes militares. Es así que deciden retirarles las armas y para que no se
quejen y en agradecimiento al servicio prestado, se les piden sus nombres para
un reconocimiento y se les entrega dos pesos a cada uno por fusil y ocho pesos
por espada, bayoneta o arma blanca”.
Por otra parte la
necesidad del reclutamiento militar, luego de la ruptura con España, se salda
en buena medida con la población negra que en 1813 representa más de la cuarta
parte de la tropa regular. Más de 2500 hombres negros integraban dos de los
regimientos del Ejercito de los Andes, regresaron solo 159. En una carta del 11
de Febrero de 1816 San Martín daba cuenta de lo difícil que le resultaba
integrar amos y esclavos en una misma línea de combate. Ya sobre el fin del
siglo reaparecen los negros luchando en la guerra de la Triple Alianza, librada
por Argentina en alianza con Brasil y
Uruguay contra Paraguay o en la Conquista del Desierto de 1879. Pero un golpe
mortal fue en 1871, cuando la epidemia
de fiebre amarilla irrumpió en los conventillos de los barrios del sur de la
ciudad de Buenos Aires, donde vivían los negros hacinados y en pésimas
condiciones sanitarias.
En cuanto a la
educación y ciertos derechos sociales elementales la preocupación de las
autoridades fue casi inexistente. En una circular del 8 de Mayo de 1723 los
cabildantes autorizaron a impartir solo rudimentos de religión a los esclavos,
siempre y cuando se lo haga “teniéndolos separados”. Recién en 1823 la Sociedad
de Beneficencia dispone la creación de una escuela exclusivamente para niños de
color, lo que no habría de
generalizarse, ya que en 1877 las familias negras de Buenos Aires todavía
solicitan la creación de una escuela para sus hijos. Se los
excluía de los espectáculos públicos, en
las iglesias se los casaba en la sacristía y no se les permitía entrar al
templo. “En 1882 en la iglesia del Socorro se obligó a hacer un casamiento afro
en la sacristía porque consideraban que “los perros” no podían estar frente al
altar”.
Una falsa
argumentación es que la situación de los negros fue idílica y que la esclavitud
desaparece con la Asamblea del año XIII. Pero la Asamblea Constituyente de 1813
que otorgó la “libertad de vientres”, disponía que eran libres solamente los
niños negros nacidos después de esa fecha, sin embargo, se reglamenta también el llamado Derecho de
Patronato, por el cual los niños quedaban
hasta los 20 años bajo la “protección” de sus amos. Recién en 1852, la
Asamblea Constituyente dispondrá la libertad de todos los esclavos.
Otra creencia
generalizada, es que la Argentina fue un “crisol de razas” conformada por
criollos nativos e inmigrantes europeos. Los proyectos de la generación del 80’
que planteaban que había que “blanquear” la población para incentivar la llegada de inmigrantes blancos europeos, con el fin de fundar colonias
agrícolas y poblar el país, dan cuenta de esta tendencia de invisibilizar a
negros e indios, condición necesaria para llevar adelante el progreso “civilizatorio”
imprescindible en la construcción del Estado nación. Los grupos más liberales finalmente
impusieron un proyecto de integración
bajo una supuesta identidad nacional homogénea que no contempló las necesidades
de los grupos históricamente subordinados. Esta ideología, la del racismo por
omisión, fue la que negó a través de la
escuela pública la historia del negro.
Esta negación de la población negra no reconoce en nuestro
lenguaje términos africanos: la mujer es una “mina”, la música popular urbana
es el “tango”, los zapatos, aún para algunos son los “tamangos”, comemos puré
de zapallo o “mondongo y achuras” que se le daban de comer a los esclavos y a los perros, a los niños se les
canta el “arrorró” y hay muchas más como “quilombo”, “milonga”, “marote”, “bochinche”,
entre otras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario